Observó los clientes que dejaba entrar la puerta de vidrio negra. Apoyó los codos en el mesón, dejando relucir su pronunciado escote con ceremonia. Dentro del local estaba su mundo, lejos de esa jungla de cemento.
Entró dejando un halo de esencia que llego a ella. La miró con sus característicos ojos castaños, no la saludó de beso, nunca lo hizo.
Pero la invitaba a compartir secretos, frases cortas, miradas solitarias.
“Mavel, lo de siempre”, resonó su voz. Tendió la taza de chocolate caliente, con una sonrisa cómplice moviendo coquetamente sus largas piernas, salidas de su corta minifalda. Era un cliente especial.
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